“Llorar por nada es… llorar por todo”
Retomo los dichos de la Sra. K bajo una aclaración: Decir no es igual a hablar. Y también encontramos allí heterogeneidad, se puede hablar mucho y decir poco. Se puede hablar sin parar, se puede hablar por alusión… etc. Cómo esto es un hecho, un hecho del mismo lenguaje indico a los colegas que vienen a controlar conmigo sus casos que, si es posible coloquen allí los signos de puntuación que muchas veces faltan para comprender. ¿Qué le faltan a quien? Por lo general cuando nos encontramos con un discurso muy enmarañado se hace necesario pausar. Preguntar. Ellos son signos de puntuación. Una pregunta es un punto, por ejemplo. De lo contrario el analista se pierde y el consultante sólo logra –como se decía hace tiempo- hacer catarsis. Como si eso bastara, lo que no es así, ya que esto podría compararse al acto de confesión. Allí también se habla, se obtiene una cierta paz, el sacerdote comprende y se sabe de antemano que se procurará el perdón. Punto final. Nada nuevo se ha producido.
Nosotros, en cambio, aspiramos a que se produzca algo nuevo sobre el campo de lo conocido.
La Sra. K dice algo que conoce muy bien: “Lloro por nada. Digo: Entonces, ¿llora por todo? Planteo así dos enigmas que sustituyen a la queja original que la Sra. K trae para deshacer, desarmar, en fin, ella quiere dejar de llorar. ¿Qué es nada? Primer enigma. No me pregunta sobre el “todo” ni me desdice. (Todo que yo pronuncio sabiendo que el todo no existe pero sin ignorar que dicha nada ya es per se “algo”). Dice que eso no es “normal” sobre todo porque no sabe por qué llora. ¡Pero no se puede vivir llorando! En el curso de este tramo de su análisis no hay preguntas al respecto. Ella sólo pide que ese llanto “cese”.
¿Existen duelos dobles? Sí, si por doble entendemos que tienen la misma forma. Hay aquí, en este caso, para expresarme en el lenguaje de la ciencia actual: un clon. Así como el sueño del príncipe azul se repetía, el llanto se repite incesantemente pero ¡No puede esconderse! A los demás.
Los rasgos introyectados en tercera generación y que hicieron “honor a su padre”, -que había pedido ser cremado-, habían caído con el paso del tiempo cronológico como modo de superar su pérdida. Recordemos que ella no lloró la muerte de su padre. Entonces se trató de que hablara, despreocupadamente, de cualquier cosa (porque a los “encerrados” sólo basta con abrirles las puertas), además del llanto al que no se le dio privilegio alguno. Esto duró bastante tiempo hasta que habló de su hobby, la escritura que se desarrolló durante su encierro y contó que había escrito un relato con el título de “Ave Fénix”, dedicado a su padre. Relato que por supuesto incluía los rasgos introyectados bajo la metáfora del que “renace de las cenizas”. Dejo en este punto el relato del caso ya que solamente me es útil para hablar del tema del duelo y esclarecer la interrogación que me planteé. El inconciente es atemporal y estas pérdidas sufridas en el lapso de un mes le plantearon a la Sra. K (no en forma conciente) un desdoblamiento, viéndose favorecida por el lazo especial que mantenía con su padre. Llanto para su pareja, honores para su padre. Y luego un llanto imparable que por lo que se ve quedó suspendido en el tiempo. ¿Qué tiempo? El tiempo lógico, el que está fuera del almanaque, el tiempo del sujeto. El duelo por su padre concluyó cuando lloró su desaparición. El llanto por su pérdida se ubicó en su lugar sin que por ello abandonara los rasgos apreciados de su padre y del padre de su padre.
Entonces, el duelo es un trabajo que cada quien hace como puede y sobre todo con lo que tiene. Necesita un tiempo. Y siempre es sintomático sin ser por ello una patología. A veces necesita de un acompañamiento. Otras no. A algunos les basta con ir al cementerio, ir a misa o poner una piedra en la tumba. Hay quienes se exceden en la tristeza y le inhibe la continuidad de su vida laboral y social. Y, hay quienes poseen terreno fértil para sembrar una depresión. Abordar lo dicho con más profundidad no es la tarea que me impuse hoy. Será para otro momento. Para terminar y con el permiso de la Sra. K le cedo a ella la palabra transcribiendo lo que me envió:
“Me dejó lo suficiente para pelearle a la vida. Me enseñó más de lo que se imaginó dar. Aprendí de sus dolores, sus errores, sus aciertos, sus virtudes y defectos. Aprendí hasta de sus faltas como para no hacer faltar. Los agujeros que quedaron los dejé sin rellenar.
Si me veo cansada y con deseos de aflojar recurro a mi herencia eterna, lo recuerdo con cariño y como si un brazo invisible me enlazara hacia otro lado con su auxilio me levanto disponiéndome al trabajo, me hago amiga de mi vida cuando mi vista se nubla por esa extraña ceniza que, entrándome por los ojos, sin querer, me hace llorar.”
Sra. K