Duelo (Primera parte)

Observo, en la vida diaria y en el consultorio, que la circunstancia de duelo -por la que todos atravesamos en algún momento- se ha convertido en una categoría de “cuasi enfermedad”. Tanto es así que se ha clasificado en duelo normal / patológico. Días pasados pensaba, haciendo una comparación, que poco falta para que se incluya a la “tristeza” como una más de tantas clasificaciones. Es obvio que el duelo incluye la tristeza como emoción o sentimiento central pero me veo empujada a ampliar mi visión sobre lo que se dado a llamar como duelo a secas, dejando de lado otras cuestiones sobre las que me interesa hablar. 
Partimos desde la idea en común de que se trata de una pérdida, pero estas pérdidas son vividas de manera diferente y, cómo la vive cada uno se inscribe en ese “uno”. Y cuando digo “uno” digo “único”. Somos en tanto seres humanos “únicos” y por esto los analistas de orientación Lacaniana prestamos atención a la palabra del ser que nos consulta, diferente de los demás, por su historia, sus identificaciones, la forma de los relatos que cada quien construye sobre lo que fue/es su vida. Al mismo tiempo, cuánto y de qué modo lo sufren. Entonces, cada duelo se asienta sobre la heterogeneidad de los sujetos y sus respuestas singulares y aparentemente contradictorias en franca oposición a la homogeneización que produce la clasificación. 
Siempre tuve apego por escribir los dichos de algunos consultantes por ser una manera simple de explicar aquello que es complejo y que a su vez me plantea interrogantes. Sin interrogantes es imposible incluirse en los profundos cambios producidos en la civilización actual que “moldean” a los sujetos que solicitan nuestra atención. No me conforma enumerar y describir esos cambios, sino, cómo proceder hoy en la dirección de la cura frente a ellos puesto que no son para nada banales: demandan replanteos. 
Para clarificar me apoyo en los siguientes casos:
Comienzo por la Sra. A, de 75 años que, afectada por una demencia incipiente dijo de la reciente muerte de su marido: “Yo estaba bien hasta que a él se le ocurrió morirse”. Nada de la demencia empujó a este dicho puesto que esa fue su lógica de pensamiento durante toda su vida. Hay una vertiente cómica en su frase puesto que no se trató de un suicidio, si pudiéramos adjudicar este acto a una ocurrencia. Pero… así vivió ella su mundo, bajo un sesgo de distancia. Y por debajo, una velada acusación: ¿Por qué no se le ocurrió otra cosa? Aún sin saber cual. Y aún sabiendo que su marido estaba gravemente enfermo desde hacía algunos años. Pero ella no esperaba esto como una consecuencia de su estado. De allí que, aunque le falte a los lectores más información, sólo subrayo ese sesgo de distancia que fue su posición en la vida hacia el resto de los vivientes. De aquí, el duelo fue vivido desde esta posición, ella es la que me ayuda a referirme a mis dichos sobre que los duelos no pueden ser considerados “in abstracto” con fórmulas generales sino que se asientan sobre la singularidad de los sujetos.
La Sra. K consulta por una crisis de llanto imparable a la que no le encuentra ninguna explicación. Decía “llorar por nada”. Unas pocas sesiones bastaron para que hablara de la muerte de su padre, un padre feroz en su infancia y un padre amigable a cuando cumplió 40 años. Un mes después muere su pareja de forma súbita. Este hecho la deja encerrada por dos años. Sólo salía para lo indispensable: trabajar y desempeñarse en las cuestiones de su vida cotidiana. El “encerrada” se encuentra referido a la falta de contactos sociales. Esto se vio suspendido y en su lugar la oportunidad de encontrar un refugio en la escritura, hobby practicado desde la adolescencia. Un cuento fue dedicado a su padre. 
¿Hay duelos dobles? Veamos como ella se las arregló. Frente a la muerte de su padre comenzó sus tareas al día siguiente sin interrumpir nada de lo que hacía ni tampoco haber llorado una lágrima. No porque no sintiera su pérdida sino por la paz obtenida en el lazo con él en los últimos años. Digamos que él se convirtió en el padre que había querido tener siempre. Así se sentía en paz. Y esa paz la llevó a hacer lo que él siempre hacía: no llorar lo perdido. Si un negocio fracasaba nuevas ideas y proyectos le aparecían al día siguiente y a ello se dedicaba. El padre de su padre tenía algo de esto también. Digamos que se apropió de estos rasgos en tercera generación. 
En cambio lloró “demasiado” la muerte de su pareja y en sesión relató un sueño, un sueño de palabras puesto que en él le decía: “no llores, yo voy a venir a visitarte en tus sueños.” Eso era todo. Despertaba llorando por no encontrar consuelo ni aún durmiendo. Uno podría pensar a este sueño de manera romántica: ¡Cuánto amor! Un príncipe azul, pero no es nuestra labor; si bien la presencia nocturna era una expresión del deseo de que el hombre le hablara, al dorso la moneda significaba un “sin paz”, “sin corte”, “sin fin”. ¿Qué dato nos indica?: La terrible angustia en la que despertaba. Hay aquí una discontinuidad no producida. Todo duelo provoca una discontinuidad: un antes y un después. Si esto no ocurre la angustia se vuelve insoportable porque el duelo se ha tornado imaginariamente infinito. En este caso, cuando el sueño cesa en su aparición por una intervención venida de su análisis: “¿Y ese sueño es recurrente?”, pregunté. Asintió llorando. ¡Qué pesadilla! Dije. La Sra. K, absolutamente sorprendida, capta la cuestión, retoma poco a poco su vida social, el malestar se va atenuando porque “algo cesa por fin”. Además del sueño. ¡Qué alivio! La Sra. K si bien comenzó por sufrir dicha muerte acabó por padecer mucho más de la presencia invariable y constante de la “no/falta de ausencia de su ser querido. Muerto.” Así nos embrollamos los humanos. He ahí su verdadera y principal tortura que mencionó con el “demasiado”. Esta es la orientación Lacaniana: ubicar lo sobresaliente de un dicho. O, lo que es igual: separar los granos de los deshechos. 
Y a partir de este “demasiado” vuelvo a mi interrogación. ¿Existen duelos dobles? Si, existen pérdidas dobles o más, pero los duelos…
A fin de orientarme sobre este interrogante volveré a los casos anteriores en una segunda parte. Adelanto que partiré de ese “llorar por nada” sobre el que fui consultada años después. Por ahora y de manera general pongo en escena un principio de la filosofía china que dice: Ningún hombre debe cargar más de lo que su fuerza le permite.